corría el verano de 1991 o 92, pleno apogeo de perillas, camisas de cuadros y pantalón corto. aquel verano tocaban en leganés, el mismo día a la misma hora, antonio vega y usura. usura eran lo más de lo más en la cosa alternativa. antonio vega acababa de hacer el sitio de mi recreo, y en medio de las distorsiones adolescencentes, esa guitarra acariciada nos ponía los pelos de punta. fuimos a ver a antonio vega con perillas, camisas de cuadros y pantalones cortos. esperando nada nos hizo bajar a primera fila de un anfiteatro egaleo medio vacío. desde ahí le gritábamos, acojonados con esa forma de tocar la guitarra. pura clase. ya debía estar en uno de sus peores momentos, se le notaba ido, o son cosas que ahora la memoria hace parecer, el caso es que salimos de su concierto más tristes que alegres, listos para ver lo que quedara de usura. llegamos, las perillas por delante, al pequeño escenario donde estaba lo último, lo más; lo intentaban, por lo menos. nos pasó algo que nos pasaría más veces a lo largo de los años: la música de usura, sangre fresca, salía comatosa de los altavoces, la de antonio vega, un clásico, era pura vida. la primera hostia de lo alternativo, que ya apuntaba maneras. un par de años después, la escena independiente era tan ridícula que había grupos que se hacían llamar the umbrella-hating generation y cantaban en inglés.
muchos años después, hace un par más o menos, asistimos a la reunión de nacha pop, y salimos más tristes que aquella primera vez. antonio estaba fatal, su primo, demasiado bien, y nosotros, muertos de miedo y deseando que acabara el concierto. hay cosas que es mejor no ver nunca. lo tarde que se aprenden esas cosas, las putas.