Los Tipos Duros También Bailan
Siesta / Nuevos Medios 2008
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La música instrumental es un placer escaso. Más, en el mundo del rock. Por eso es especialmente grato toparse con outsiders como Clint. Cuatro músicos que eluden tópicos genéricos: el post-rock (Tortoise, Mogwai, etc.) o el más restrictivo del surf, para exigir protagonismo como cineastas sonoros.
Clint es un grupo o, mejor, un combo - en su terreno, es lo suyo- que construye canciones visuales. No necesitan palabras. Su poder es la sugerencia. Lo consiguieron en su primer álbum (Alégrame el día) y se salen en este segundo. Aquel saltaba de lo fronterizo (Calexico) a Nueva Orleáns pasando por el cine negro y concluía con un increíble bonus-track, totalmente descriptivo, que enunciaba el diseño cinemascope de éste, una genial excentricidad en tiempos de cine y sonidos digitales.
De hecho lo mejor del disco, aparte de las canciones, claro, son los matices. La exquisita limpieza sixties, analógica, de las guitarras. Lejos de abusar de reverb -lo habitual en estas lides- la guitarra de Harry consigue su efecto a pelo. Con la grandeza natural de su sonido. Solo en algunos momentos se permite un toque slide, algún tirón de vibrato (Padrino) o un flanger, en un guiño George Harrison, entre cambios y sinuosos contoneos de bossa (No es nada personal).
Como los clásicos surfers hacían suyas las melodías de Leucona, Clint se apropia en parte del espíritu melódico de Nino Rota. No solo en su impecable lectura de Il Padrino, sino en ese impreciso cariz retro, mas italianizante que latino, que salpica buena parte del impresionismo rock del álbum. Incluso en el fantástico manifiesto-obertura que es el tema central. Definición de intenciones: entre Friends of Dean Martinez y la música de cine italiana de los primeros 70 (Riz Ortolani, Baldan Bembo, etc.).
Y un especial diseño de atmósferas. De la nostalgia a la acción. Surcado siempre de imprevistos cambios, orquestaciones, cuerdas y extrañas apariciones de tuba e incluso theremin (Jorge Navarro).
Clint suenan aquí definitivamente autónomos. Distintos. Lejos de casi todas las referencias imaginables. Hay paseos voluptuosos herederos del clásico Phase 4 stereo; fictias bandas sonoras de suspense televisivo en blanco y negro (Vaso corto, trago largo); italo-surf como solo Treble Spankers sabrían (Rockanroleza muerta); travesuras british a lo Tony Hatch (Toma quince mil) y, como no, algún Morricone-spaghetti con dreads prestados (Ocaso y funeral). Y todo en forma de canciones perfectas donde inspiración melódica, fantasía y destreza rivalizan en esa identidad sonora de un grupo definitivamente único.
También cabe -imagina- una versión latina del Nick Cave de bandas sonoras en un insólito injerto con la west-coast hippie de los 60 (Se valora el silencio). Y hasta una fantástica suite que va creciendo desde frios horizontes de western a las fantasías orquestadas de un Sufjan Stevens (El hombre que apuntaba a todo) que ya quisieran Calexico.
Hay discos que evocan. Otros que plagian. Algunos que emocionan y muy pocos, como este, capaces de proyectar impresiones visuales duraderas. De inventar y trasmitir secuencias, atmósferas, exteriores. De llevarte de viaje a través de pistas inusuales de la cultura pop reciente. Brillante, de verdad.