les escribimos desde el mismísimo infierno. pero aquí no hay escotes, ni orgías, ni siquiera un puto diablo. sólo cosas inacabadas, puertas abiertas y una sala de espera vacía, ni asientos, ni máquinas de refrescos ni de cafés, gente corriendo por aquí, gente gritando por allá excepto uno mismo. puedes gritar lo que quieras, puedes dar hostias en los mostradores que no vendrán los seguratas a darte con la porra, ni la policía a acojonarte pidiéndote la documentación. no vendrá nadie, así que sigue gritando, amigo.
en el infierno no hay música, porque no importa, no suena, no existe. sólo hay una nada y el sonido interior de tu cabeza, una y otra vez, y otra vez, y otra vez, como un mantra invertido, que en vez de hacerte sentir mejor te va hundiendo poco a poco. por eso sabemos que estamos en el infierno. si no, podríamos estar, por ejemplo, en un atasco, viendo un programa de análisis político o escuchando el último disco de joanna newsom.
el infierno son los otros, decía aquel francés, aunque a estas manos les parece más que el infierno es uno mismo. qué le vamos a hacer, no se puede estar siempre a ras del suelo, con los humanos. hay que comer una buena ración de mierda para saber apreciar el caviar de la vida. esperamos que cuando alguien cierre las putas puertas, cuando alguien nos diga por megafonía que es nuestro turno, la ración de caviar que nos toque sea tan grande como para invitarles a un poco a todos .
los tipos duros también lloran.